14.2.12

Ingratitud (Poema)

Complicaciones arduas del corazón humano, misterios insondables de la naturaleza, la vida es un problema, la vida es un arcano y por el mundo agitan su vuelo soberano dos aves de rapiña: la muerte y la tristeza.

Olvidos, desengaños, desilusiones crueles, incompasivas almas de emponzoñado seno, por todas partes luchas, por todas partes hieles, y en cuyo fondo guardan acíbar y veneno.

Yo todo lo perdono con voluntad de acero; apuro hasta las heces mi vaso de acritud; más perdonar no puede mi corazón sincero a un monstruo abominable, aterrador y fiero que habita entre los hombres, llamado ingratitud.

Perdono al envidioso y al que con lengua insana reputaciones hiere, virtudes y honras trunca; perdono en sus mil formas a la perfidia humana, perdono al que se vende como una cortesana, perdono al asesino, pero al ingrato nunca!

Porque el ingrato encierra del crimen la simiente y todas las negruras entre su corazón y en sus entrañas lleva veneno de serpiente y ataca por la espalda, pero jamás de frente; recibe un bien y a cambio devuelve una traición.

La ingratitud es sombra, la ingratitud sin duda es el mayor pecado de todos los pecados; es de todas las armas el arma mas aguda, es una vieja escuálida de faz torva y ceñuda que tiene por vivienda los pechos depravados.

Ayer en un recodo del áspero camino que cruzo yo en mi senda con gran resignación halle tendido y débil a un po0bre peregrino; solícito y amante le di a beber mi vino, le di mi franca mano, después mi corazón.

Con ardoroso empeño calme su sed ardiente cubrí sus desnudeces de mísero gitano, ungí todas sus llagas y cariñosamente seque con mi pañuelo su sudorosa frente como si se tratara de mi mejor hermano.

Más tarde los caprichos de la voluble suerte llenaron mi camino de zarzas y dolor; quedé sobre la senda desnudo, mustio, inerte, como si las caricias de un hálito de muerte sobre mi sien posaran su gélido sopor.

También fui peregrino; fatigas y asperezas como voraces cuervos llegaron a mi ser; cubriose mi existencia de incógnitas tristezas y solamente nubes, abrojos y malezas mis enturbiados ojos hallaron por doquier.

Y tuve sed y frío, pero ninguna mano me dio a beber su copa, ninguna mano amiga cubrió mis desnudeces de mísero gitano, ninguna quiso entonces sacarme del pantano y hacer menos pesada la cruz de mi fatiga.

Y aquel a que un día mi mano compasiva cubrió de beneficios, sirviole de sostén, paso por mi sendero con actitud altiva. Cubierto de riquezas y de oropeles iba y al verme hizo una mueca de orgullo y de desdén.

Siguió tranquilo y firme sin recordar acaso que alguna vez estuvo con hambre y sin abrigo, sin recordar que un día fui sol para su ocaso, para sus labios fuente, para su sien regazo y para sus tristezas cordial y franco amigo.

Por eso resignado, humilde y sin encono, apuro hasta las heces mi vaso de acritud, en brazos del destino sereno me abandono, perdono todo, todo, pero jamás perdono al rey de los delitos, al monstruo ingratitud.

Francisco Restrepo Gómez